LA ÚLTIMA RAYA DEL TIGRE
Una historia que siempre me fascinó fue la del monje shaolín que observó un tigre desde lejos por muchos años. Cada noche el monje meditaba sobre un escenario donde estaba luchando contra el tigre cuerpo a cuerpo, y en cada ocasión el tigre ganaba y el monje emergía de su trance.
Con el tiempo, sin embargo, el monje fue notando las estrategias que el tigre usaba, encontrando sus puntos fuertes y débiles. Luego de cada sesión, el monje estaba un paso más cerca de vencer a la fiera, y fue cuestión de tiempo cuando el tigre se encontró sometido ante la estrategia y técnica shaolín. El monje pudo repetir esto en su mente de manera consistente luego de tiempo: se encontraba con el tigre, el tigre acometía, y el saltaba y se defendía, hasta poder hacer que bien el tigre se aleje o luchar hasta que el tigre se tendía sumisamente y dejaba de pelear.
Como era de proveer el destino, una tarde, tras un largo paseo por las selvas aledañas al templo, el monje se vio cara a cara con el tigre—el mismo tigre que había observado durante años, y cuyo ataque había imaginado en su mente tantas veces hasta lograr encontrar la forma de vencerlo.
El tigre lo miró. El monje no se hallaba agazapado en un árbol como siempre que había observado al animal, sino se encontraba en el mismo nivel. El tigre rugió, se detuvieron por un breve instante que en ese tiempo pareció más largo que las largas tardes, que los días enteros y las semanas que se pasaban combatiendo en la mente del monje. Casi como si reconociese a un antiguo rival, el tigre se lanzó dispuesto a destrozar al shaolín.
Tal y como lo ensayó mil y una vez, flotando en trance, el shaolín se defendió y luego de unos minutos de lucha, el tigre se rindió y huyó, dejando atrás a un monje apenas y rasguñado, pero en una pieza, y con el entendimiento que el combate que se realiza en nuestra mente es el único combate en el que podemos salir heridos sin un rasguño, en el que podemos intentar técnicas nuevas, en el que podemos tomarnos todo el tiempo del mundo para observar los movimientos, las respuestas de la otra persona, y al mismo tiempo responder a su respuesta.
Cada vez que alguien me dice que tiene un interés en conocer las herramientas de los maestros, si lo puedo ayudar, o si podemos salir juntos a probar cosas nuevas, siempre hago empiezo diciendo lo mismo: Descríbeme paso a paso la seducción perfecta.
Con el tiempo, sin embargo, el monje fue notando las estrategias que el tigre usaba, encontrando sus puntos fuertes y débiles. Luego de cada sesión, el monje estaba un paso más cerca de vencer a la fiera, y fue cuestión de tiempo cuando el tigre se encontró sometido ante la estrategia y técnica shaolín. El monje pudo repetir esto en su mente de manera consistente luego de tiempo: se encontraba con el tigre, el tigre acometía, y el saltaba y se defendía, hasta poder hacer que bien el tigre se aleje o luchar hasta que el tigre se tendía sumisamente y dejaba de pelear.
Como era de proveer el destino, una tarde, tras un largo paseo por las selvas aledañas al templo, el monje se vio cara a cara con el tigre—el mismo tigre que había observado durante años, y cuyo ataque había imaginado en su mente tantas veces hasta lograr encontrar la forma de vencerlo.
El tigre lo miró. El monje no se hallaba agazapado en un árbol como siempre que había observado al animal, sino se encontraba en el mismo nivel. El tigre rugió, se detuvieron por un breve instante que en ese tiempo pareció más largo que las largas tardes, que los días enteros y las semanas que se pasaban combatiendo en la mente del monje. Casi como si reconociese a un antiguo rival, el tigre se lanzó dispuesto a destrozar al shaolín.
Tal y como lo ensayó mil y una vez, flotando en trance, el shaolín se defendió y luego de unos minutos de lucha, el tigre se rindió y huyó, dejando atrás a un monje apenas y rasguñado, pero en una pieza, y con el entendimiento que el combate que se realiza en nuestra mente es el único combate en el que podemos salir heridos sin un rasguño, en el que podemos intentar técnicas nuevas, en el que podemos tomarnos todo el tiempo del mundo para observar los movimientos, las respuestas de la otra persona, y al mismo tiempo responder a su respuesta.
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